¿Cómo nos relacionamos en tiempos de neoliberalismo?

En un marco de neoliberalismo que organiza las subjetividades, el contexto mediático y tecnológico actual gestiona la relación que establecemos con lxs otrxs: tanto con lxs que forman parte de nuestra cotidianidad como con lxs “distantes” que nos muestran las pantallas.

En la sociedad actual se da un proceso de convergencia de medios. “Antes, existían dos sectores con tradiciones económicas, políticas, regulatorias y de consumo totalmente diferentes: por un lado, estaban los medios de comunicación y por el otro las telecomunicaciones” (Mastrini). Ahora todo puede confluir en un mismo espacio: Internet.

Esta nueva lógica nos lleva a nuevos interrogantes. La convergencia trae consigo grandes avances de la barrera infocomunicacional en nuestro país y en toda América Latina, lo que hace cada vez más difícil democratizar la comunicación. Hoy más que nunca la dictadura mediática busca las formas novedosas de implantar hegemónicamente imaginarios colectivos, narrativas, discursos, verdades e imágenes únicas.

“En el campo de las batallas ideológicas por la conquista de la hegemonía cultural, la noción de imaginario social es fundamental para la comprensión del universo de representaciones simbólicas que caracterizan y distinguen los valores y creencias de nuestras sociedades” asegura Aharonian.

El nuevo sistema de valores, al afectar directamente las relaciones, cambia también las formas en que se manifiestan las relaciones interpersonales, donde los límites (como veremos más adelante) son cada vez más delgados. Sin embargo, Van Dijck asegura que no podemos confundir conexión (humana) y conectividad (automática). Una distinción fundamental a la hora de comunicarnos con otrxs.

Entendiendo estos nuevos procesos de conectividad y convergencia, es inevitable mencionar a otro fenómeno actual que atraviesa nuestras formas de entender el mundo: la posverdad. La conexión es permanente, y el algoritmo personaliza nuestros perfiles para que podamos recibir noticias e ideas que refuercen las que ya tenemos, formando una “burbuja de filtros”. La posverdad consiste en que reproducimos este sistema de información y comprensión que se adapta a nuestras necesidades.

Estos fenómenos son generados en el marco de una sociedad neoliberal. Como bien explican Laval y Dardot, el neoliberalismo es ante todo una racionalidad, cuya “característica principal es la generalización de la competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación”.

Hablar de neoliberalismo es hablar del conjunto de los discursos, de las prácticas y de los dispositivos que determinan un nuevo modo de gobierno de las personas según el principio universal de la competencia.

Esta racionalidad impulsa a una programación del yo, es decir, el sujeto empresario de sí mismo es conducido a racionalizar sus deseos, a gestionar su vida elaborando estrategias adecuadas que busquen maximizar su capital humano en todos los dominios. El sujeto debe querer trabajar sobre sí mismo con el fin de transformarse permanentemente, mejorar, volverse cada vez más eficaz.

En el sujeto neoliberal habita el correlato de un dispositivo de rendimiento y de goce. El goce del sujeto aumenta a medida que su rendimiento lo hace. En esta lógica, el trabajo es el vehículo privilegiado para la realización de sí. Con este eje, la autorrealización es la nueva norma: “conviene conocerse y amarse para tener éxito”.

Laval y Dardot identifican estas palabras de management como “un discurso de hierro en palabras de terciopelo”. En esta racionalidad, cada sujeto es dueño y responsable de su propio éxito personal y profesional, así como también de sus fracasos, sin considerar la coyuntura política y material particular de cada momento y de cada persona.

La programación del yo se entiende entonces como resultado de una interiorización de las exigencias. En palabras de Byung Chul Han, nos encontramos ante el paso del sujeto al “yo como proyecto, que cree haberse liberado de las coacciones externas y ajenas y se somete a coacciones internas y propias en forma de una coacción al rendimiento y la optimización.”

“El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Un esclavo absoluto en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria” (Han). La libertad se convierte en coacción. A diferencia del “deber ser” de la sociedad disciplinaria, la sociedad actual se basa en un “poder hacer” que es ilimitado, que convierte al sujeto del rendimiento en un esclavo de sí voluntariamente. Nunca es suficiente, hay que dar más, que superarse, y todo esto simula ser parte de los propios deseos.

Al igual que la intensa dedicación al trabajo, “la entrega de datos no sucede por coacción, sino por una necesidad interna” (Han). En nombre de la libertad de comunicación se reclama transparencia, convirtiéndose ésta en un dispositivo neoliberal que vuelve todo hacia el exterior para convertirlo en información.

En “El ojo absoluto”, Gérard Wajcman reflexiona sobre el principio de transparencia: “Del deseo humano de ver a la idea de que todo puede verse, ese salto es el que dió un positivismo para el cual el hombre sería soluble en lo visible, enteramente objetivable”. Vale preguntarnos: ¿cómo se ven modificadas las relaciones sexo-afectivas y la socialidad en general entre estos sujetos?

Nos encontramos ante una exterioridad absoluta que aniquila al otro. Cuando el otro es objetivado, se erosiona la distancia originaria propia del ser humano, es decir, la capacidad de experimentar al otro de cara a su alteridad, que es constitutiva para la experiencia erótica. Han afirma que “no se puede amar al otro despojado de su alteridad, sólo se puede consumir”.

Eva Illouz, en su análisis sobre la racionalización del amor a partir de la ciencia, el feminismo y las tecnologías de elección, comprende que estas últimas generan en los sujetos una racionalidad calculadora, consumista y altamente sofisticada cuya motivación es el deseo de maximizar y refinar las utilidades en las relaciones. De esta manera, la tecnología fomenta un refinamiento sobre los gustos personales y requiere cada vez de más especificaciones sobre el otro con el que nos vinculamos.

Han también entiende el papel fundamental de los medios digitales en las relaciones actuales, explicando que a través de éstos intentamos acercar al otro tanto como sea posible, y es de esa manera que lo hacemos desaparecer.

Los medios digitales no son solamente un aspecto de nuestra cotidianidad, sino que interpelan transversalmente incluso lo más íntimo de nuestra vida. En el marco de la cultura de la conectividad, la socialidad se tecnifica afectando los modos de hacer y pensar de los individuos que la conforman (Van Dijk). La conexión humana del mundo offline, cuyas relaciones resultan valiosas en virtud de su cualidad y condición, está siendo desplazada por la conectividad automatizada del online, cuya importancia reside en números. “La creencia en la mensurabilidad y cuantificabilidad de la vida cotidiana domina toda la era digital” (Han). La socialidad es duplicada matemáticamente en algoritmos, cuyo funcionamiento alimenta profundamente la dictadura de lo igual.

La programación de las plataformas en línea sobre las cuales se establece la sociabilidad digital funciona como una “cámara de ecos”. Como mencionamos anteriormente, los usuarios experimentan una versión personalizada de la realidad que los mantiene aislados de versiones que desafían sus propias ideas. Los algoritmos les dan a las personas lo que les gusta, un consumo a medida que mantiene el orden de lo mismo. Los sujetos se mantienen en burbujas que filtran el caos y la incertidumbre, ese mundo externo frustrante diferente a lo que anhelan.

Cuando la libertad nos lleva a creer que somos los que “todo lo pueden” la sociedad del rendimiento se interpone entre nosotros, impactando en la representación que creamos de ese otro. Un otro atravesado por la hiperconectividad, la posverdad y el neoliberalismo, pero fundamentalmente, un otro que es necesario y para el cual también lo somos.

En un brillante texto, Silverstone retoma la perspectiva filosófica de Lévinas quien concibe que el hecho fundamental humano es “ser con otros”. El yo es un sujeto que actúa con otros y por lo tanto tiene responsabilidad con ellos, en en este sentido un “yo moral”. El autor afirma que vivir con otros implica el deber de responsabilizarse por ellos, sin la pretensión de que estos que están dispuestos a hacer lo mismo: responsabilidad sin reciprocidad. Es decir, que la moral es una relación asimétrica que tiene que empezar por mí.

Los medios de comunicación y las redes sociales interceden en esta reciprocidad dado que nos dan una representación de los Otros que puede no aparecernos de otro modo, y es sobre tal representación que que podemos tomar una posición moral de cuestionamiento y revisión sobre lo que nos llega. Los medios nos entregan una visión de los Otros estableciendo una distancia que puede llevarnos a la indiferencia. En particular, nos encontramos con esto cuando el otro es un otro que sufre. Los medios nos dicen que (y sobre qué) tenemos que tener compasión, empatía por quienes sufren, pero convierten esto en el sentimiento inútil de la lástima. Las representaciones que nos devuelven las pantallas de estos otros distantes nunca optan por facilitarnos herramientas para de ayuda y colaboración, sino que nos mantienen en esta fase de inmovilidad inútil (Chouliriaki en “El espectador del sufrimiento”).

La lucha moral puede realizarse en el ámbito privado, reflexionando sobre el cuidado que puedo hacer del Otro en lo doméstico y lo público, comprobando en la realidad lo que los medios nos entregan con apariencia de verdad, para evitar falsedades ilusorias. En este sentido, el compromiso ético con los medios es un modo de cuidar a los Otros. Esos Otros no son a mi hechura sino precisamente diferentes.

¿Qué implica realmente la aparición de un “otro”? ¿Quiénes somos y bajo qué parámetros construimos el nosotros del que formamos parte? El desafío es animarnos a interpelar los modos ya aprendidos, a establecer conexiones más allá de la conectividad, a crear una idea más auténtica de lo que queremos hacer o de cómo queremos mostrarnos. El desafío reside en preguntarnos cuál es el lugar del otro en nuestros vínculos: interpersonales, amorosos, heterosexuales (o no), monogámicos (o no), etc., en inventar nuestras propias versiones del amor, pero pensemos cautelosamente cual será el lugar del otrx en ellas. ¿Me relaciono con un otro desde la escucha, desde una pregunta a cómo quiere ser mirado, desde observar su autorrepresentación, o me relaciono con seres que son bajo la medida de mi conveniencia?

No podemos saber si la subjetividad neoliberal ha llegado para quedarse, pero si comprendemos cuál es la marca que deja en nuestra forma de vivir y de relacionarnos. Si no somos nosotros mismos quienes se esmeren por re pensar estas nociones, y ¿si no es con los de al lado, con quién?

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