¿Y vos? ¿Cómo te llevas con el tiempo al pedo? ¿Sos capaz de bancarte el silencio de la improductividad?
Hace rato que en la Isla veníamos pensando y preguntándonos entre nosotras qué lugar ocupa la soberanía temporal en la vida posmoderna. Sin duda uno de los fenómenos sociales más exóticos que vivimos durante la pandemia fue comprender que el uso del tiempo puede configurarse de otra manera, mutar, (re)acomodarse: y de pronto sentimos que nos sobraban horas en el día.
Publicamos hace algún tiempo Con el sudor de tu frente, una nota donde reflexionamos sobre el derecho al ocio, y sin embargo la idea siguió dándonos vueltas. Para profundizar sobre las diversas formas en que actúa la sociedad neoliberal a través de la cultura del esfuerzo para convencernos de que el ocio no es una prioridad, decidimos consultarle a la pensadora, filósofa y epistemóloga Esther Díaz sobre este tema.
1. En tu opinión, ¿Cómo se relaciona la ética del trabajo con la idea contemporánea de ocio? ¿Ha cambiado la valoración social del ocio en las últimas décadas?
Bueno, para empezar, en nuestra cultura (refiriéndome a la tradición pagana, griega y romana), el ocio solía verse como un regalo. La palabra «ocio» proviene del latín y se define en contraste con «negotio» (negocio), por lo que el ocio era, en esencia, lo opuesto al negocio. En esa época, la idea era que uno dedicaba su juventud a los negocios y, al llegar a la senectud, tenía la oportunidad de disfrutar de un «ocio creativo».
Esta es una idea fundamental en la concepción occidental del ocio, tal como se ha entendido hasta el surgimiento del neoliberalismo. Se trataba de un ocio creativo, no simplemente de “tirarse panza arriba sin hacer nada” (aunque eso también podía considerar ocio, siempre que se pensara en la posibilidad de hacer algo productivo). Este tipo de ocio abriría las puertas a la creatividad, al arte, a la revolución y al amor, a esas experiencias realmente gratificantes de la vida.
Sin embargo, esa concepción cambió radicalmente con el neoliberalismo. Hoy en día, el discurso en contra del ocio proviene principalmente del capitalismo tardío y de sectores de derecha. Según esta ideología, lo que “debe” hacerse es producir, producir y producir. Esto es particularmente cierto para la clase trabajadora, o «proletariado», como diría Marx.
Por otro lado, los dueños de los medios de producción pueden permitirse ciertos momentos de ocio, aunque tampoco suelen ser ocios creativos en el sentido clásico. Su ocio podría consistir en viajes a lugares atractivos, como Miami o destinos de lujo en Oriente, donde se pasa el tiempo sin una verdadera creación.
2. ¿Cómo consideras que el neoliberalismo ha impactado la percepción y práctica del ocio en la sociedad actual? ¿Es la autoexplotación un fenómeno inevitable en la era digital y neoliberal?
Bueno, el neoliberalismo, como ya mencioné, tiene una percepción negativa del ocio. Sin embargo, la experiencia y diversos estudios demuestran que una persona que trabaja sin espacios de ocio, en una rutina constante de “trabajar, trabajar y trabajar”, termina siendo improductiva.
Un ejemplo interesante es la Unión Soviética en sus inicios: decidieron eliminar los domingos para ensalzar el trabajo continuo y acelerar la recuperación económica. Sin embargo, este ritmo imparable generó tal estrés y problemas de salud mental que la recuperación de los trabajadores resultaba mucho más costosa y tomaba más tiempo. Finalmente, era más efectivo darles al menos un día de descanso al mes.
El neoliberalismo, sin embargo, es astuto. Aunque explota la fuerza laboral al máximo, introduce algunas estrategias de «gatopardismo» (es decir, hacer cambios superficiales para que todo siga igual). Un ejemplo es la idea de “relajarse en la oficina”, que resulta bastante engañosa. En realidad, las personas siguen en la oficina, vestidas formalmente: los hombres con traje y corbata, y las mujeres con atuendos elegantes y tacones. Claramente, esta no es la vestimenta ni el entorno ideal para un verdadero momentos de relajación.
Este tipo de ocio es, en última instancia, un espejismo que el neoliberalismo ofrece a sus empleados, aquellos que tienen la suerte de contar con un trabajo, porque muchos ni siquiera tienen acceso al empleo, y mucho menos al ocio.
3. ¿Es posible distinguir entre entretenimiento y ocio genuino en la era digital?
Aquí se plantea una pregunta muy interesante. Vivimos en un contexto donde las mismas herramientas —computadoras, teléfonos inteligentes— se utilizan tanto para el trabajo como para la diversión. Trabajamos todo el día con estos dispositivos y, al momento de “disfrutar” de un descanso, seguimos recurriendo a ellos.
Esta pregunta plantea la diferencia entre entretenimiento y ocio. El entretenimiento, en este sentido, es simplemente dejar pasar el tiempo de manera agradable, sin preocupaciones ni ataduras a las obligaciones diarias. El ocio, en cambio, es dejar de lado las actividades productivas para dedicarse a pensar y crear cosas significativas, convirtiendo el tiempo en algo verdaderamente productivo y gratificante.
Sin embargo, en la era del neoliberalismo —y, con sus extensiones hacia la derecha y extrema derecha—, cada vez nos alejamos más del ocio genuino. Las consecuencias de esta tendencia ya se están manifestando en la calidad de vida. En algunos países donde este sistema lleva más tiempo en funcionamiento, los efectos son evidentes: la vida de las personas se deteriora, y aunque se espera que trabajemos hasta edades más avanzadas debido a la extensión de la jubilación, paradójicamente, nuestra salud se está resintiendo y morimos más jóvenes.
En este escenario, parece que avanzamos hacia un callejón sin salida, en el cual no solo se dificulta acceder a un ocio auténtico, sino también al entretenimiento más simple.En un mundo cada vez más acelerado y dominado por la lógica de la productividad, el desafío de recuperar el valor del ocio se convierte en un acto casi revolucionario. Pensar de verdad cómo utilizamos nuestro tiempo, y reconocer la importancia de los momentos de ‘quietud’, es clave. Recuperar lo que Esther menciona como ocio genuino para que la vorágine capitalista no se coma del todo nuestro nivel de vida.