Con el sudor de tu frente

Cuando hablamos de ocio, en contraposición con el entretenimiento o el tiempo libre en el fondo de lo que hablamos es sobre nuestra propia capacidad de contemplación. ¿Es posible parar?¿Qué somos capaces de encontrar en la quietud?

La noción de ocio, etimológicamente derivada del latín otium, que literalmente significa reposo. En  medio de una sociedad neoliberal que nos empuja constantemente hacia la productividad, detenernos/ reposar claramente no está en la agenda.

Esta crítica a la productividad, en su esencia, tiene raíces en corrientes anarquistas, pero de algún modo se entrelaza con la aristocracia grecorromana. En la antigüedad , el ocio se entendía como contemplación, autoconocimiento e incluso exploración del mundo. En ese sentido, el ocio era básicamente la libertad disfrutada por algunos gracias a que «otros» estaban ocupados con labores serviles. ¿Y en la actualidad? ¿Qué representa el ocio? Y sobre todo  ¿A quién le corresponde?

Particularmente, me interesa invertir la perspectiva, trasladar el enfoque hacia otros horizontes. ¿Por qué parece mal visto poner el foco en el placer?

Según Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco, en su libro «Trabajo, consumismo y nuevos pobres», el concepto de ética del trabajo surge en Inglaterra en el siglo XIX, en el medio de la segunda revolución industrial. En aquel entonces, el gobierno y los propietarios de fábricas buscaban persuadir a los trabajadores agrícolas para que se trasladaran a las ciudades y se emplearan en la industria. Ante la resistencia de estos últimos, surgió el concepto de «ética del trabajo»: «Los trabajadores agrícolas carecen de ética laboral». Desde su origen, este concepto está impregnado de explotación, subyugación y poder.

Bauman explica que este concepto se basa en dos premisas: primero, que para ser feliz y vivir bien es necesario realizar actividades valoradas por los demás, es decir, trabajar. Segundo, que conformarse con lo logrado y no esforzarse por más es necio y moralmente digno de ser juzgado. Según esta perspectiva, «trabajar es un fin en sí mismo, una actividad noble y jerarquizadora». De esta forma, en realidad la lucha por la ética del trabajo era en una lucha constante por imponer control y subordinación. Este concepto surgió como parte de un cambio o búsqueda de cambio por parte de ciertos sectores de poder para dominar a los trabajadores y someterlos a la creciente industria.

Hoy en día, ¿qué ha cambiado? No mucho. Aunque las frases como «el trabajo dignifica» quizás no sean tan populares entre nuestra generación generaciones, esto no significa que hayan desaparecido. Más bien, han evolucionado y se han adaptado a los cambios sociales, la globalización, el consumismo y el capitalismo, llegando a nuestros tiempos neoliberales de manera más audaz y efectiva que nunca. Hoy en día, lo conocemos como la «Cultura del esfuerzo».

Se tiene la sensación de que existe una idea generalizada, especialmente con el avance inminente de las redes sociales, de que vivimos en una “sociedad del ocio constante». Pero si aceptamos esta premisa, debemos reconsiderar la noción de ocio que tenemos. Es importante tener en cuenta que los poderes que promovían esta idea en las sociedades antiguas no han desaparecido ni se han vuelto más equitativos. Seriamos muy ingenuos si nos creemos ese cuento. Más bien, todos somos servidores, esta misma noche cuando llegamos a casa a ver Gran Hermano. 

Byung Chul Han, filósofo y ensayista surcoreano, en su obra «Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder», argumenta que hoy creemos que somos proyectos libres constantemente redefinidos y reinventados. Esta transición del sujeto al proyecto está acompañada de una sensación de libertad. Han dice que ya no nos sentimos obligados por terceros a trabajar para subsistir, sino que experimentamos una sensación de libertad que nos lleva a someternos a presiones y obligaciones autoimpuestas, como la necesidad de rendimiento y optimización. Hemos pasado de una etapa de explotación a la de la autoexplotación, y es precisamente la libertad la que posibilita esta transición. El «deber hacer» se ha transformado en «poder hacer», y esta última opción es mucho más poderosa debido a su falta de límites: sí, de eso también se trata ser tu propio jefe. 

Desde estas nociones, podemos repensar la definición de ocio, a partir de tres puntos clave.

1. No debemos confundir, querido lector, el ocio con el tiempo libre. Como señala Sebastián De Grazia, “El ocio y el tiempo libre viven en dos mundos diferentes. Nos hemos acostumbrado a pensar que son lo mismo, pero todo el mundo puede tener tiempo libre, y no todos pueden tener ocio. El tiempo libre es una idea de la democracia realizable; el ocio no es totalmente realizable, y, por tanto, es un ideal y no sólo una idea. El tiempo libre se refiere a una forma determinada de calcular una determinada clase de tiempo; el ocio es una forma de ser, una condición del hombre, que pocos desean y menos alcanzan”

2.Existe actualmente una Organización Mundial del Ocio, que aunque a usted le parezca un chiste, es un organismo internacional con base en los Estados Unidos que se encarga de la promoción del mismo como un derecho humano fundamental. Es decir, no somos los primeros a los que se nos cruza esta idea. 

3. Si usted confunde el ocio con el tiempo libre, entonces no está siendo realmente consciente de que una de las actividades más monetizadas en este momento es el tiempo libre: desde ir a un festival de bandas hasta scrollear en instagram, lo que no te cobra una entrada te está comprando tus metadatos y por supuesto, los va a vender. 

En todo caso, debemos entender el riesgo de que confundir al ocio con el entretenimiento (entiéndase espectáculos, redes, etc.) nos aleja de la forma clásica del ocio: la de la contemplación del sujeto, la del conocimiento de sí mismo.  

En medio de una cultura del esfuerzo que promueve la meritocracia como base, es importante tomarnos el tiempo para reflexionar sobre lo que está pasado a nuestro alrededor. Porque, aunque pueda parecer un acto dadaísta, es una pequeña revolución que podemos llevar a cabo desde la comodidad de nuestro sillón.

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Maria Jesus Abril

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