Configurar el tiempo desde la palabra: de Barthes a Bauman

“Atópico, el otro hace temblar el lenguaje: no se puede hablar de él, sobre él, todo atributo es falso, doloroso, torpe, mortificable: el otro es inclasificable (este sería el verdadero sentido de átopos)”

 (Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, p.52)

¿Tiene que ver lo que decimos con la forma en la que vemos a nuestro alrededor?¿Y en la que nos vinculamos con otros?¿O en las que gestionamos nuestros consumos (artísticos, culturales, educacionales)? El modo en que nombramos las cosas habla de la configuración del mundo como un ente regulador de nuestra cotidianidad. Nos vinculamos, indefectiblemente, desde la palabra. 

Digamos que para entender cómo la sociedad en la que vivimos configura la manera en que nos relacionamos con la alteridad podemos poner dos pilares: Zygmunt Bauman y Roland Barthes. Para ser más específicos todavía el mambo está en pensar los Fragmentos de un discurso amoroso (Francia, 1977) contextualizado en el El amor líquido (Polonia – Gran Bretaña, 2012). 

Para entender un poco más de qué va la cosa, partimos de que tanto Bauman como Barthes exploran la naturaleza cambiante y frágil del amor en la sociedad moderna. Bauman habla de cómo la modernidad líquida ha llevado a la fragmentación y la inestabilidad en las relaciones amorosas, mientras que Barthes examina la naturaleza del discurso amoroso y cómo puede ser utilizado para controlar y manipular las relaciones.

Los dos argumentan, en diferentes disciplinas, que el amor en la sociedad contemporánea es algo que está en constante cambio y que puede ser difícil de definir o mantener en un mundo cada vez más líquido y fragmentado. De algún modo, es lo que pensamos todos un domingo a la tarde, cuando no tenes nada que hacer y se te ocurre mandarle un mensaje a tu ex, a ver si contesta. 

Nos vinculamos desde el decir: y lo que no se nombra, no existe, diría Steiner. ¿Cómo nos comunicamos en 2023? ¿Nos vinculamos igual en el 1.500? ¿Cómo atraviesa esto la hiperconectividad? ¿Y los nuevos códigos sociales? 

Bauman señala que las redes sociales (con especial énfasis en las apps de citas) fomentan una mentalidad de consumo en la que las personas son reducidas a objetos que se seleccionan o se descartan en función de su apariencia física o de su perfil en línea. El verdadero peligro de esto, es que puede llevar a una deshumanización de las relaciones e incluso hacer que sea más difícil para las personas conectarse emocionalmente en una sociedad cada vez más individualista y competitiva. 

Sus libros (Modernidad líquida, Amor líquido, Vida de consumo, entre otros) son clave para entender la manera en que nos vinculamos actualmente. Esta apreciación de liquidez puede traducirse en una sobre adaptabilidad del otro: si las personas están hechas a la medida de la red (bajo las pautas y códigos que está nos permite) de algún modo las relaciones también lo están. ¿Se vuelven entonces, entre la vorágine de la red, espacios donde las personas se conectan con otros únicamente desde su propio deseo? ¿Cuál es el lugar de la otredad de un mundo donde puedo hacer y deshacer al otro en la medida de mis propias demandas?

Del mismo modo, Barthes señala que el discurso amoroso es un conjunto de ideas preestablecidas y estereotipos que pueden ser utilizados para vigilar y dirigir las relaciones. Dice en su libro, al hablar de la conversación: “El lenguaje es una piel, yo froto mi lenguaje contra el otro”. Spoiler alert: muchas veces tampoco tiene que ver realmente con el otro. 

En un mundo donde las redes sociales (y las nuevas tecnologías en general) fomentan una imagen cuidadosamente construida de uno mismo, puede ser fácil para las personas caer en estos estereotipos, por lo que sus relaciones sean dictadas por las normas culturales en lugar de por sus propios deseos y necesidades. 

Dice el francés, en su libro: “La catástrofe amorosa quizás esté próxima a lo que se ha llamado, en el campo psiquiátrico, una situación extrema, que es “una situación vivida por el sujeto como algo que debe destruirlo irremediablemente”; la imagen surge de lo que pasó en Dachau (campo de concentración alemán). ¿No es indecente comparar la citación de un sujeto con mal de amores a la de un recluso de Dachau?¿Una de las injurias más inimaginables de la Historia puede encontrarse en un incidente fútil, infantil, sofisticado, oscuro, ocurrido a un sujeto cómodo, que es solo presa de su imaginario? Estas dos situaciones tienen, sin embargo, algo en común: son, literalmente, pánicas: son situaciones sin remate, sin retorno: me he proyectado en el otro con tal fuerza que, cuando me falta, no puedo recuperarme: estoy perdido para siempre.” (B. Bettelheim, Etimología, F.W.) 

Pensamos que habla de la relación amorosa pero puede hablar de cualquier forma de vincularnos con otro (familiar, laboral, amistosa) ¿No es acaso el encuentro con el otro una entrega en sí mismo a la vulnerabilidad? ¿Cómo puede entonces la palabra del otro no modificar nuestras cosmovisiones? ¿Es pertinente entonces comparar un campo de concentración con la distancia de quien solía ser un lugar seguro? El punto es pensar que la idea de tragedia es tan inherente a nuestra condición humana que se va a adaptar al formato que elijamos, no importa si es una carta sellada o un mensaje de WhatsApp: emocionalmente la idea semántica nos corrompe (o nos atraviesa) igual. 

En conclusión, tanto Bauman como Barthes se han dedicado a explorar (o extrapolar incluso) la naturaleza cambiante y líquida del amor en la sociedad contemporánea, y somos nosotros los responsables de (re) pensar toda esa data en nuestros vínculos actuales (posmodernos, incrustados en la hiperestimulación y tantas veces contaminados por el contexto neoliberal). ¿Esto quiere decir que hay algo malo en vincularnos con otros a través de las nuevas tecnologías? No necesariamente, pero sí que es importante hacernos conscientes de cómo moldeamos y construimos nuestras relaciones interpersonales en torno al contexto que habitamos.  

Necesitamos considerar estos desafíos entendiendo que nos vinculamos en medio del panóptico digital, habilitando relaciones (de todo tipo) y en base a eso trabajar para construir conexiones emocionales más profundas y significativas en un mundo cada vez más líquido y fragmentado.

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Maria Jesus Abril

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