Interpelar la verdad

Por María Jesús Abril

¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!». Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron la risa. […] El loco se encaró con ellos, y clavando la mirada, exclamó: ¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir.[…] ¡Dios ha muerto!

El Loco, explica a fines del s.XIX cómo se rompen los cimientos del saber y la moral de la historia de la humanidad, con los que antes se  le otorgaba un sentido a la existencia, a la vida, a los actos cotidianos. Pero fundamentalmente, al romper esas estructuras de refugio, Nietzsche nos dice: lo que ha muerto realmente es la verdad.

Y ante la revelación, crece la duda. Todavía, los de este siglo, los de este lado del charco, nos preguntamos: ¿Qué es  la verdad? ¿Podemos afimar, que esta exista o incluso que haya existido en algún momento? ¿Puede entonces, haber muerto?

Las complejidades son mayores para los habitantes de un mundo donde las certezas no tienen destinatario, donde las fuentes no están chequeadas porque la información llega en un mensaje de WhatsApp. Sin ánimos de subestimar las nuevas formas que puede adoptar en la actualdiad los modos de recibir o interpretar un mensaje, interpreto que al menos deberiamos (re)pensarla.

En la era de las telecomunicaciones parece ser que  nuestras vidas giran entorno a la información. Constantemente, recibimos noticias, datos, ideas, de todo tipo y por todos los medios. Ya no parece existir la comunicación vertical de la que tanto hemos escuchado hablar durante los últimos años, donde un medio de comunicación masivo y hegemónico nos transmite un único mensaje. Tenemos hoy, la suerte (o la desgracia) de elegir las formas, de replantearnos cómo, por qué, y a través de qué (o quién) nos enteramos de las cosas.

Vivimos en un mundo, que habilita fabricar nuestras propias verdades. En su libro “El Big Brother amable” Byung Chul Han, nos habla de este fenómeno donde a diferencia de la novela de Orwell (1984) en el panóptico digital hay un exceso de libertad, la transparencia y la información sustituyen a la verdad. Sin embargo, esta emancipación no se trata del mismo sentimiento de veracidad al que hace referencia Nietzsche. Está libertad que nos proporciona la verdad adquirida, lejos de elevarse a nuevas formas de interpretación y conocimiento, nos condenan a la vorágine de la desinformación.

Deberíamos entonces entender que para encontrar un significado auténtico en nuestros tiempos, tenemos el deber (o la obligación moral) de preguntarnos de dónde y a partir de que le damos significado. Es necesario para ello, romper las barreras de la quietud intelectual, interpelar nuestras fuentes de información, pero también de formación y de comunicación.

Supongo que es abusar de nuestra ingenuidad, no relacionar de manera directa los medios que nos proporciona la posibilidad de estar 24 horas conectados a través de las muntipantallas, con el uso de nuestra información personal: la Big data, es hoy el mercado con mayor demanda por parte de las grandes empresas.

¿Nos estamos informando através de un otro, o estamos informando a ese otro sobre nosotros mismos? ¿Habremos perdido el rumbo en esta búsqueda de la verdad a través de la información? Estamos inmersos, a mi entender, en un nihilismo digital. La imposibilidad del conocimiento y la dependencia existencialista de un mundo virtual, me hacen pensar que hemos glorificado las estadísticas, hasta lograr un endiosamiento del control del que casi nunca somos concientes realmente.

¿Séra que hemos convertido a esta supuesta verdad en nuestro nuevo Dios? Que las fuentes de comunicación constantes son nuestra forma de entender e interpretar el mundo, que la hiperconectividad se ha convertido en un ser omnipotente que nos observa y nos clasifica, o que las redes sociales son el juicio y el perdón imaginario del que dependemos.

Nos limitamos, ante la duda, a negarlo todo. ¿La verdad ha muerto, o los muertos somos nosotros?

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